Me preguntas sobre la sostenibilidad y mi cabeza vuelve a aquel momento…
Sentado en el borde de aquel río, con los pies dentro del agua, sin las botas y los pantalones remangados, hablando sobre la importancia del turismo sostenible… El río es uno más de la Cuenca del Orinoco. El agua estaba fresca y turbia, a mi alrededor había vegetación por todas partes; ese verde fascinante que puede llegar a volverte loco. Hacía calor, y una humedad abrumadora.
Las mulas que nos habían traído hasta aquí, ahora sin la carga, pacían desentendidas un poco más allá y también metían las pezuñas en el río.
El baquiano, el hombre que se encarga de las mulas y de ir marcando el camino, está preparando un trozo de pan que arranca con el machete de la hogaza, con miel y me alarga la mano para darme la primera tajada, ¡gracias amigo!.
El tiempo transcurre viendo pasar el agua, escuchando su juego y pensando en las horas que nos faltan antes de poder relajarnos para dormir. “En esta sona hay jaguar”, me dice el baquiano y sacudo la cabeza afirmativamente mientras le miro con gesto de gran impresión.
De pronto un ruido, el baquiano y las mulas miran hacia el verde y como de la nada sale aquel hombre con poca ropa y el pelo cortado a tazón. Mide apenas un metro cincuenta y el baquiano dice: “Wuarao”, y se pone de pie para saludarle y yo le sigo. Nos da la mano muy formal como si encontrarse en mitad de la foresta fuera muy normal, nos saluda como si lleváramos toda la vida carteándonos. El baquiano se echa el gorro vaquero hacia atrás y le ofrece un trozo de aquel pan con miel, y volvemos a sentarnos en el río y aquel hombre empieza a contarnos, tal vez porque soy muy blanco, que en su pueblo no les alcanza con el ocumo chino, ni las actividades tradicionales para convencer a los jóvenes de que se queden. Que en el bosque sigue habiendo un futuro, pero claro, nos cuenta, sin médicos, sin escuelas, y con los gringos entrando y saliendo de su territorio, ¡porque es un territorio rico!, es difícil convencer a los muchachos de que el bosque es la mejor opción…
Me cuenta que el territorio Wuarao es mayoritariamente un gran Delta, el del Orinoco, que andan entre el agua y el verde, y me cuenta que han estado en estas tierras desde siempre.
Nuestra conversación es una conversación que perfectamente podría haber tenido en cualquier pueblo de la cuenca minera leonesa, donde los jóvenes no ven un futuro y se van a las ciudades, es la conversación de tres hombres del siglo XXI, aunque a uno de ellos le corten el pelo a tazón, lleve algunas pinturas en la cara y pasee descalzo por medio de la selva verde. No estamos en tiempos distintos, ni en niveles distintos, yo, aquí, en su casa, no sobreviviría ni dos días sin el baquiano, que se crió en estas tierras y las sabe leer en cada paso.
Este reencuentro entre humanos puede ser la clave de la sostenibilidad
El Wuarao me cuenta que de vez en cuando van llegando más blancos a su pueblo y que se quedan por allí unos días, y les deja algún dinero que les ayuda. Creen que esa sería una buena forma de tener algunos ingresos adicionales a su economía tradicional, y se plantean como hacerlo. Hay un consejo en el pueblo, y lo han hablado muchas veces, podrían alojarlos en sus chozas y hasta darles de comer, hay pesca abundante y… chigüire, y algunos frutos y raíces… Me mira: “y a Usted, ¿qué le parese amigo?” y me traspasa con una mirada que no permite alejarse de la verdad ni un milímetro. Aquel rostro del color de la tierra, surcado por arrugas que dan continuidad al territorio, y esos ojos castaños que asoman desde el fondo de aquella corteza, enrojecidos y lacrimosos, no me dejan apartar la mirada y el mundo se detiene. Me habla de la supervivencia de su tribu, de la continuidad de algo que empezó hace 11.000 años, que ha llegado hasta aquí cargado de conocimientos, vestido de tradiciones, de cantos, de dichos, de espíritus… y el me mira, y no espera una respuesta, espera la solución, anda buscando la respuesta a su propia sostenibilidad.
Casi avergonzado por no ser el mago de la lámpara, empiezo a contarle que yo viajo por el mundo, que he visto a otros hermanos que andan con esas cosas del turismo, y le cuento lo que puedo acerca de una industria que mueve trillones de dólares al año, intento advertirle. Tal vez lo más importante es que seáis conscientes de vuestra importancia en el mundo de hoy, sois los herederos de tanta cultura de pueblos que encontraron soluciones que en otras partes no tenemos, que hay que tener cuidado y permanecer juntos, con vuestra forma de hacer las cosas, y sabiendo que es peligroso que lleguen tantos que al final se diluyan en un río que no deja de fluir… y casi ni me atrevo a pensarlo.
Les hablo de cómo es el Turismo Comunitario, de la importancia de la sostenibilidad en este ámbito y que hay ONGs que saben poner en marcha este tipo de propuestas, con Biólogos que pueden medir cuanta gente puede entrar en un ecosistema para que no generen una carga desastrosa para el medio. Y les hablo de lo valioso que es lo que han conseguido, y me mira con una sonrisa esbozada entre orgullo e incredulidad… Pero mi nuevo amigo Wuarao, me coge del brazo, me aprieta y se me acerca mirándome con esa mirada que solo puede tener alguien que vive aquí y ahora, y me dice:
”Kik, ayúdenos!!! “
Hoy han pasado muchos años de aquel encuentro, y hemos aprendido mucho. Sé que una ONG con un Biólogo Belga a la cabeza hizo un buen trabajo con aquellas comunidades, pero la comercialización sensible y responsable de estas frágiles formas de desarrollo sigue siendo la asignatura pendiente. Desde entonces le damos vueltas a cómo hacer que un viajero pueda conectar con una comunidad y convivir con ellos unos días aprendiendo y sintiendo, sin intermediación, sin marketing, sin ferias internacionales, ni turoperadores. Hoy, tal vez, con las nuevas tecnologías consigamos una respuesta.
Hoy, muchos años después, estamos desarrollando una plataforma que pueda poner en contacto a comunidades y viajeros, y aunque ni somos grandes tecnólogos, ni inversores elocuentes, tuvimos una vez un contacto con un Wuarao que nos miró a los ojos.