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La Pagoda entre las pagodas. La Pagoda de Shwedagon.

Abrumadora, grandiosa, soberbia… chillona a más no  poder, para decirlo todo. Es “the one and the only”, o sea, la única. Y será que no hay pagodas en Asia, incluídas las birmanas. Yo, que juro haber visto casi todas las maravillas del mundo, no había estado en toda mi vida frente a un monumento tan impresionante. Tan sobrecogedor.

Shwedagon,  el símbolo del budismo en Myamar (yo diría que en todo el mundo), tiene una historia de más de 2.500 años.

Ha sido considerada, desde su construcción, uno de los lugares sagrados más importantes del budismo, pues se cree que aloja en su interior ocho reliquias del mismísimo Gautama.

Con más de 100m de altura, toda su cúpula, o “chedi”, está recubierta de oro y piedras preciosas (diamantes, rubíes, zafiros… ). Si algún desalmado quisiera dar el golpe de su vida,  no tendría más que acercarse a su estatura imponente (el cómo ya es más complicado) y empezar a rascar.

Por dentro tampoco decepciona ¡Cielo santo! (nunca mejor dicho), qué follón de entradas, pasillos, escaleras, ascensores…Qué borrachera de luces y de brillos. Sus excesos me abruman. El oro reluciente del edificio central  hace que todo lo demás parezca aún más brillante, y “todo lo demás” son, entre otras cosas, sesenta y cuatro pequeñas pagodas rodeando la principal.

  • La Campana del rey Tharrawaddy (23 toneladas de bronce que la convierten en una de las más grandes del mundo),
  • la Pagoda de Naungdawgyi (lugar donde se alojan las famosas ocho reliquias de Buda),
  • el pequeño Santuario Mahabodhi, réplica a menor escala del santuario con el mismo nombre que hay en la India,
  • el Gran Árbol del Bodhi,  (más de 150 años), nacido de una semilla del árbol sagrado donde se produjo la iluminación en Bihar…

No falta de nada en este recargado y estupefaciente monstruo de la religiosidad (también podemos llamarlo fanatismo), la suntuosidad, el brilli-brilli y el derroche. 

Como ya he dicho, sólo la estupa está cubierta de unas… entre setenta y noventa toneladas de oro, mas unos cinco mil quinientos diamantes y dos mil y pico rubíes en la punta. Y en la puntita-puntita, el megadiamante: un pedrusco de 76 quilates y 15 kilos de peso brillando en todas direcciones. Aunque no es fácil verlo, según te coloques en relación al sol, el diamante, que lanza destellos de diferentes colores al refractar la luz solar, brilla todavía más. Una pasada.

Una pasada, un colocón, un viaje místico y muchas cosas más, pero no voy a describirlas todas porque prefiero que las descubráis vosotros.

Algunos consejos, si visitas La Pagoda de Shwedagon:

Debido a su gran valor simbólico y religioso, existe un estricto código de vestimenta para hombre y mujeres. No hay que olvidar que la pagoda no es sólo un simple templo o una atracción turística (muy alucinante), sino el gran emblema del budismo birmano y su santuario absoluto.

  • Tenéis que ir descalzos, con los hombros tapados y ropa holgada por debajo de las rodillas, aunque… si se os olvida el detalle de la ropa, el personal os prestará con mucho gusto el famoso longyi, o pareo birmano, así que procurad que se os olvide. Tenéis que probar esa pintoresca experiencia oriental en medio de tal orgía fervorosa y ultrakitsch.
  • Una vez dentro, sólo hay que abrir mucho los ojos (con la boca abierta ya nos quedaremos antes de entrar) y seguir el llamado “Let Ya Yit”, que consiste en caminar alrededor de la pagoda sobre una interminable alfombra verde y en la dirección de las agujas del reloj.
  • Llevad siempre una botella de agua  y un paraguas para protegeros, tanto del sol como de la lluvia.
  • Y por último, importantísimo visitarla a primera hora de la tarde, de modo que el sol se ponga, con todo su desparrame de colores, mientras todavía estáis allí. No sólo las joyas, el oro, las  luces, las velas, los neones (si, neones de colores aquí y allá) provocan un maremágnum luminoso que os dejarán embobaos, sino que además, y por si era poco, todo eso se refleja, desordenada y mágicamente, en el inmediato lago Kandaugyi cuando cae la noche.

Ya me lo contaréis.

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